“¿De cinco a una?”. Para quienes conocen la Compañía de Jesús y saben cómo se organiza, les resulta impensable el plan de los jesuitas en España de hacer desaparecer nada menos que cinco Provincias de una vez y convertirlas en una sola. No convence que se diga que la nueva Provincia será realidad sólo dentro de unos años. Las dudas persisten: “¿Cómo van a coordinar las más de cien instituciones apostólicas que tienen – entre centros de educación primaria, secundaria y profesional, universidades, obras de apostolado social, de pastoral juvenil y de servicio de la fe (ministerios
sacramentales, espiritualidad, diálogo fecultura, medios de comunicación)…–? ¿Es posible que más de mil jesuitas lleguen a conjuntar sus fuerzas? ¿De qué modo piensan acompañar a los varios de miles de colaboradores directos que ahora son coprotagonistas de la actividad apostólica que realizan?” Tamaño plan no ha sido fruto de una idea repentina. Su gestación ha necesitado mucho tiempo. En 1989 y 2004 se produjeron en España dos fusiones de Provincias, pero sólo afectaron a algunas de las entonces existentes. Aquellas fusiones parciales anunciaban que era necesario proseguir el camino de una integración todavía mayor y definitiva. Avisaban de ello tanto condicionantes internos a la Compañía – sobre todo, la persistente escasez de vocaciones– como externos –una Iglesia española en creciente situación de diáspora dentro de una sociedad de larga tradición
católica–. Para que el P. General aceptara iniciar el viaje hacia la Provincia única, hubo que presentarle varios instrumentos que lo convencieran. El P. Nicolás nos había indicado que no valía todo y que no procediéramos de cualquier manera. Puso una condición: nuestra integración debía ser
una “reestructuración con Espíritu”… La nueva Provincia no sería una fotocopia reducida de todo lo que son y hacen las Provincias actuales (Aragón, Bética, Castilla, Loyola y Tarraconense). Había de ser efectivamente nueva, según esa novedad de la que es capaz el Espíritu y que no es resultado deducible del presente. Con esas premisas, decidimos que el primer puente hacia el futuro sería un proyecto apostólico único para las cinco Provincias. El segundo, tan importante como el anterior, fue un programa de renovación espiritual, comunitaria y apostólica que dispusiera a los jesuitas y a nuestros colaboradores a arrostrar el desafío. Junto a ello diseñamos una estructura de gobierno adecuada a una Provincia de grandes dimensiones, llamada a incardinarse en la llamativa diversidad social de España. Por último, secuenciamos el proceso. Sólo así el P. General aceptaba en 2010 que afrontáramos la aventura de constituirnos como una única realidad apostólica. Nos puso un plazo máximo de seis años. 2016, a más tardar, sería la fecha del lanzamiento de la Provincia de España. Desde que el P. General diera su visto bueno hasta el momento en que nos hallamos, las Provincias avanzan por un camino inexplorado, semejante a una peregrinación, a lo largo de la cual cada día se manifiesta como una oportunidad de aprender. Porque aunque disponemos de una hoja de ruta para confluir en la meta de la única Provincia, la travesía nos depara incidencias que no habíamos previsto. El hecho es que únicamente vemos mejor en la medida en que nos atrevemos a tomar opciones; nunca, sin ellas. Una de esas primeras opciones tuvo lugar en 2010. Era necesario construir el edificio por la base y, por esa razón, pasaron a depender del Provincial de España los jesuitas de las cinco Provincias que se encontraban en las distintas etapas de Formación. El futuro de la Compañía española se colocaba así en manos de una instancia común de gobierno. Y se puede decir que, con antelación suficiente y según los criterios que determina el proyecto apostólico único, están discerniéndose los ministerios de la generación de jesuitas que asumirán muchas responsabilidades en la nueva Provincia. Otra opción de envergadura ha consistido en transferir al Provincial de España el liderazgo sobre varios sectores apostólicos. En 2011 fue el caso de Educación, el sector mayor de cuantos tenemos. Lo componen 68
centros educativos, que acogen a unos 150.000 alumnos. También se le ha responsabilizado de la Pastoral Juvenil y Colegial. Para cuando se publique este anuario, la red de centros universitarios se hallará igualmente bajo el gobierno del Provincial de España. El apostolado social y diferentes áreas de ministerios pastorales – entre otros, Espiritualidad ignaciana, FeCultura-Justicia y Pastoral Universitaria– se sumarán, cuando sea procedente, a esta cadena de transferencias sucesivas. Pero el plan es organizar la Compañía no sólo desde la lógica de los sectores y las obras apostólicas. No pretendemos apuntalar mejor algo así como una empresa de servicios jesuíticos e ignacianos, catalogados según departamentos especializados e independientes entre sí. Con otras palabras: nuestra preocupación no es únicamente que la nueva Provincia, por ejemplo, sea capaz de lograr que un colegio funcione bien desde el punto de vista pastoral-educativo o que una casa de Ejercicios Espirituales ofrezca
un programa novedoso de espiritualidad ignaciana. Al menos, deseamos algo más que eso. Nos reestructuramos con el fin de que sea visible la Compañía de Jesús como vida religiosa apostólica en la Iglesia española y en la sociedad a la que esa Iglesia quiere servir. Nuestro negocio principal como jesuitas es testimoniar el Evangelio a través de nuestra vida personal, comunitaria y apostólica, tales y como quedan configuradas por el carisma ignaciano. En nuestro contexto religioso y cultural, eso exige, por un lado, impregnar de tono evangelizador nuestras acciones apostólicas –cualesquiera que sean, fuera o dentro de nuestras instituciones–. Por otro, pide igualmente que compartamos nuestra espiritualidad, que conectemos dentro de la Compañía nuestros ministerios y que colaboremos con todos los agentes eclesiales. Todo este empeño lo creemos posible si tejemos en la nueva Provincia espaciosde encuentro – locales, zonales e, incluso, territoriales–, donde confluyan las muy diversas manifestaciones con las que directa o indirectamente tiene que ver la Compañía de Jesús. Queremos construir una nueva Provincia, en la que nuestros empeños apostólicos se miren entre sí, intuyan que pueden complementarse y experimenten cómo se enriquecen mutuamente si se
atreven a ello. La integración de Provincias no está impulsada por la preocupación por hacer todavía más, sino por el deseo de responder, desde la realidad que somos hoy como Cuerpo apostólico, a lo que Dios nos pide afrontar como mayor servicio a favor de los más necesitados. Eso puede significar que quizás tengamos que hacer menos y, en cualquier caso, juntos. Sobre todo, esto
último. A esos espacios de encuentro los hemos llamado plataformas apostólicas (locales y territoriales). ¿Son Viceprovincias? No. ¿Son Regiones? Tampoco. Nos mantendremos jurídicamente como una Provincia. Pero favoreceremos la conexión intensa entre jesuitas y colaboradores, comunidades y obras apostólicas, sectores y presencias apostólicas individuales…, justamente en aquella ciudad, zona o territorio donde todos ellos están actuando apostólicamente. Eso supondrá, para que no sea un sueño, elaborar un mapa con un número limitado de plataformas apostólicas. Y ha de estar listo para el arranque de la nueva Provincia. Un cambio tan profundo necesita tiempo para ser imaginado, comprendido y, sobre todo, asumido. De ahí que socializar el proceso de integración no ha dejado de ser una preocupación constante de los Provinciales. Estamos viviendo en España el tránsito hacia una Compañía bastante distinta a la que actualmente existe. La sensación de vértigo y la tentación de la inhibición nos merodean frecuentemente. Se están ofreciendo a los jesuitas oportunidades que propicien su implicación, desde Ejercicios Espirituales de carácter interprovincial hasta jornadas de reflexión presentadas por los mismos Provinciales. Y no sólo para conocer los detalles organizativos del proceso de integración, sino también para tener experiencia del espíritu comunitario y
apostólico que ese proceso guarda dentro de sí para profundizar en nuestra ayuda a los demás. Sin embargo, la socialización del proceso de integración ha de continuar buscando otros objetivos distintos al del mero anuncio. Será necesario aclarar más varios de los aspectos organizativos de la nueva Provincia que suponen mayor dificultad de imaginación y comprensión; habrá que resaltar más la dimensión de servicio como la nervadura profunda de todo este esfuerzo corporativo
en el que nos hallamos; es necesario explicar mejor el proceso de integración a nuestros
colaboradores y amigos; debemos diseñar una política informativa adecuada. El proceso de integración, en la medida que nos adentramos en él, va avisando de su complejidad. No son escasas las cuestiones que se abren y que reclaman tratamiento simultáneo. Son muchos los equilibrios a mantener por medio del discernimiento: entre lo organizativo y lo apostólico, entre unos sectores y otros, entre lo sectorial y lo local, entre la diversidad de nuestra misión y la inevitable selección de ministerios y obras, entre lo institucional y las presencias apostólicas no institucionalizadas, entre la continuidad de la actividad apostólica y la disminución contundente del número de jesuitas… Sin embargo, también es cierto que, aun en medio de su complicación, la integración de nuestras Provincias nos está viniendo acompañada de gracia. Es esa gracia que Dios tiene a bien conceder cuando nos mueve a abrazar, sin negarlas, nuestras propias circunstancias… Lo paradójico es que Dios consigue mostrarnos que esas mismas limitaciones están llenas de llamada.