Introducción
El presente artículo responde a la inquietud de conocer la Iglesia que camina en América Latina. El autor, sacerdote perteneciente a la diócesis de Istmina – Tadó, en Colombia, en su experiencia pastoral ha tenido la oportunidad de conocer las diversas regiones de gran parte del continente, ha participado en congresos y reflexiones en el ámbito misionero y en su propia diócesis ha confrontando la realidad de pobreza, violencia y marginación de las comunidades que habitan el territorio. Fruto de esta experiencia, reflexiona acerca del camino que la Iglesia en América Latina ha venido construyendo e insiste en la invitación que desde 1968, durante la 2º Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín, se viene haciendo para las comunidades de esta región: una Iglesia pobre para los pobres.
El texto inicia indicando un breve contexto histórico desde la época de la “colonización”, seguidamente da a conocer el proceso de evangelización que la Iglesia ha continuado desde 1955, impulsado por el organismo del CELAM que ha posibilitado unidad y fuerza a las comunidades cristianas católicas de está región de América, se detiene para valorar los procesos de formación iniciados por el CELAM, aborda brevemente su recorrido histórico y da espacio especial a uno de los grandes logros de este trabajo de la Iglesia denominado CEBITEPAL, finalmente enfatiza en la virtud de la esperanza como signo importante de la experiencia de vida cristiana de la que los pueblos presentes en América Latina son un auténtico ejemplo.
El camino metodológico que se ha llevado a cabo responde a la técnica analítica – sintética, porque los contenidos abordados son tomados de las apreciaciones de textos y personajes ilustres que se integran a la intuición fundamental del autor, tomando parte también de la propia experiencia.
Contexto
América Latina con 653 millones de habitantes[1] es un pueblo con características propias en el concierto global; como tantos otros, sus culturas, su cosmovisión, las diversas y especiales formas de relación con la trascendencia, la fastuosa biodiversidad presente sobre todo en la Amazonía, la sabiduría de los pueblos indígenas unida a la experiencia de vida, a la alegría y a las espléndidas representaciones artísticas de los pueblos afros, junto con la calidez, el empuje y el tesón de los blancos y mestizos, y sobre todo la fuerza arrolladora de la virtud de la esperanza, rasgo propio de la personalidad de toda su gente que como el “ave fénix” tienen la capacidad de resurgir siempre, entre otras más, hacen de ella un auténtico paraíso y una tierra soñadora y visionaria.
Tampoco se podrían desconocer las situaciones adversas en el marco de la historia trasegada por los latinoamericanos, pues los habitantes de esta perla del continente americano desde aquel 12 de octubre de 1492 –fecha de la llegada de Cristóbal Colón y su tripulación a la Isla Guanahani[2]– hasta nuestros días, han tenido que debatirse entre las paradojas de vida y muerte, riqueza y pobreza, entre la consolidación de su identidad y al mismo tiempo el riesgo de olvidar sus raíces ancestrales y culturales, entre la vivencia de sus valores de libertad, responsabilidad y honestidad y el abatimiento que ha producido la corrupción, el saqueo, la injerencia de gobiernos externos, entre el deseo y la búsqueda de la paz y los conflictos internos ininterrumpidos, entre el trabajo de unidad y la reciedumbre de sus habitantes frente a la división y las dificultades para llegar a acuerdos comunes regionales.
La Iglesia y su protagonismo en América Latina
En este panorama de paradojas y desafíos, la Iglesia no ha sido sólo espectadora, ella se ha comprometido con la realidad y ha impulsado procesos de renovación y de cambio que han motivado a su gente a construir; sobre todo, ha involucrado a las comunidades creyentes en Cristo para ser agentes de transformación en su propio contexto. Precisamente, el Papa Francisco, en su visita al pueblo colombiano, citando al escritor Gabriel García Márquez, ha invitado a sus habitantes a ser arquitectos de una nueva realidad, les motivó a buscar la unidad y la paz, a soñar con una tierra nueva, así lo ha expresado el pontífice:
Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra».[3]
Esta motivación del Papa Francisco se pudiera también dirigir a todas las naciones que conforman América Latina, porque los pueblos que caminan en este espacio continental tienen una misión por delante, están invitados a continuar su labor de renovación, de defensa de sus territorios, de búsqueda de mejores condiciones de vida, es un pueblo que puede y tiene como lograrlo. De hecho, el Papa Pio XII desde hace 65 años atrás también animaba y alentaba a la Iglesia de Cristo que hace presencia en este continente a comprometerse, a continuar fortaleciendo la tarea misionera con el legado de Jesucristo, en la misiva enviada a los obispos participantes de la primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano indicaba:
Para conseguir el cumplimiento de estos votos nuestros es preciso, sin embargo, obrar con prontitud, con generoso valor, con energía; no echando a perder preciosas energías, sino coordinándolas de manera que resulten casi multiplicadas; recurriendo, si es necesario, a nuevas formas y nuevos métodos de apostolado que, aun dentro de la fidelidad a la tradición eclesiástica, respondan mejor a las necesidades de los tiempos y aprovechen los medios del moderno progreso que, si desgraciadamente a menudo sirven para el mal, pueden también y deben ser en manos de los buenos, instrumento para obrar valientemente por el triunfo de la virtud y la difusión de la verdad.[4]
Con esta carta enviada por Pio XII a los obispos se daba apertura a la primera Conferencia del Episcopado Latino-americano, celebrada en Rio de Janeiro (Brasil) del 25 de julio al 4 de agosto de 1955. La Conferencia se ocupó en reflexionar sobre su propia realidad cultural, la escasez de sacerdotes, la invitación a sacerdotes, religiosos y laicos a una mayor acción apostólica, la preocupación por la justicia y la equidad social, entre otros temas de interés para el continente. Sobre todo, se dio inicio al Consejo Episcopal Latino-americano[5], el cual será desde ese momento hasta nuestros días no sólo un organismo sino también un camino de comunión eclesial que ha motivado y mantenido viva la experiencia de la evangelización en la Iglesia que camina en los pueblos de América Latina y el Caribe.
Así, pues, se podría indicar este acontecimiento CELAM, vivido en 1955, como una inspiración de Dios que fortaleció a los cristianos–católicos que caminaban en estos pueblos de América y les ayudó a dar el primer paso en la consolidación de una tarea de comunión, reflexión, colaboración y servicio al Evangelio que continúa hasta hoy.
Ciertamente, como a Israel (cf. Ex 3, 7-8), también Dios ha mirado con amor y misericordia a su pueblo latinoamericano, ha escuchado el clamor ante sus opresores y conoce muy bien sus alegrías y esperanzas, tristezas y angustias[6], y Él ha bajado; porque Dios nunca ha dejado de estar entre su pueblo, mucho antes que se anunciara explícitamente el Evangelio, el Creador ya estaba presente amando, cuidando, fortaleciendo la esperanza de sus hijos latinoamericanos. En consecuencia, ante el encuentro con Jesucristo, aunque haya sido mediado por factores humanos en ocasiones difícilmente aceptables, este pueblo ha tenido la oportunidad de “ver el rostro de Dios”; así se ha constatado, aunque los “colonizadores” llegaron con engaño y espada, también Dios envió misioneros, hombres y mujeres de Evangelio, por medio de los cuales Jesucristo se insertó en la vida de los nativos y continúo también con ellos la historia de salvación.
A propósito de esta historia evangelizadora, los habitantes de esta región de América se encontraron con Jesucristo, y el Señor Resucitado comenzó a ser su compañero de camino. En la soledad, en el dolor, en la pobreza, en la impotencia frente a la guerra y el miedo, los cristianos han aprendido a fortalecer su vida con la ayuda de la fe, no desde una actitud pasiva, sino con la experiencia de la esperanza, de la comunión y participación, que con el paso del tiempo ha ido cobrando mayor sentido y valor.
La Conferencia de Medellín, un paso importante en el camino de Renovación
Después de la 1ª Conferencia General del CELAM y del Concilio Vaticano II, viene otro acontecimiento importante para la Iglesia de América Latina: la celebración de la 2º Conferencia General del CELAM, llevada a cabo en Medellín (Colombia) del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968. Esta segunda Conferencia fue sin lugar a dudas el mayor impulso no sólo para fortalecer el organismo del CELAM sino para dar también gigantescos pasos de renovación e innovación en la vida de las comunidades cristianas. El objetivo primordial fue precisamente poner en marcha todo el impulso otorgado por el Concilio Vaticano II, finalizado apenas tres años atrás; por eso de común acuerdo, los obispos definieron reflexionar sobre La Iglesia en la Actual Transformación de América Latina a la luz del Concilio.[7] Uno de los aportes más valiosos que se podría resaltar en las intuiciones propuestas por la Conferencia de Medellín es la opción preferencial por los pobres, que se identificará explícitamente en la Conferencia de Puebla (1979) y que tendrá una nueva resonancia en Aparecida (2007), pero ya desde Medellín empieza a sentirse una importante preocupación por la realidad de pobreza en que vive el Continente.
La inspiración, entonces, de la Iglesia en América Latina de dar vida al CELAM ha sido de gran utilidad en la marcha y progreso del ímpetu evangelizador, porque este organismo que une a los obispos, primeros responsables de las comunidades cristianas, da también unidad y cohesión a la Iglesia y le abre espacios para profundizar en su razón de ser: convertirse en sal y luz para su continente y desde allí para el mundo entero (cf. Mt 5, 13-16).
En efecto, Los pueblos del sur tienen mucho que aportar al progreso de la humanidad y a la obra evangelizadora de la Iglesia: la belleza de su juventud, la sabiduría y experiencia de sus raíces indígenas, la fuerza de su carácter acrisolado en el sufrimiento, la sólida espiritualidad de quien tiene la fortuna de contemplar al Creador en el resplandor que proporcionan las obras de sus manos. Constatamos nuevos vientos que soplan desde el sur.
Los procesos de formación, un gran logro de la Iglesia en América Latina[8]
En este contexto latinoamericano, fruto del empuje y el empeño de la gran obra emprendida por la unidad y dinamismo de sus obispos en el CELAM, cinco años después de su fundación, durante la V Asamblea ordinaria llevada a cabo en Buenos Aires en 1960, surge la intuición de crear algunos institutos de pastoral, un centro de estudios socio-religioso y una comisión teológica. Como consecuencia de este oportuno discernimiento nace en 1961 el Instituto Catequístico Latinoamericano (ICLA), pero el gran momento llegaría durante las primeras sesiones del Concilio Vaticano II en que los obispos de Latinoamérica allí presentes, durante sus encuentros semanales, acuerdan poner en marcha el Instituto Pastoral Latinoamericano (IPLA), que da los primeros pasos de manera itinerante en 1963 y se continúan fortaleciendo las dinámicas de formación con otros institutos presentes en Colombia, Ecuador y Chile.
Y como un impulso más a esta obra de consolidación pastoral, no dejando de estar presente el sueño de unidad que es el sello característico de los discípulos de Cristo, durante la XIV Asamblea Ordinaria del CELAM celebrada en Sucre (Bolivia), en noviembre de 1972, se decide concentrar los diversos institutos en uno solo destinado a la formación de agentes de pastoral de todo el continente. Así, después de un año de estructuración y programación, el 4 de marzo de 1974 se da comienzo a las labores del nuevo instituto con sede en Medellín (Colombia), iniciando con la participación de más de un centenar de estudiantes provenientes de 18 países. Se estaban cumpliendo entonces las palabras proféticas de Pio XII, anteriormente mencionadas:
[…] es preciso obrar con prontitud, con generoso valor, con energía; no echando a perder preciosas energías, sino coordinándolas de manera que resulten casi multiplicadas; recurriendo, si es necesario a nuevas formas y nuevos métodos de apostolado […].[9]
Entonces, con este nuevo ardor misionero puesto por obra, se empezó a consolidar el nuevo instituto de formación del CELAM fundamentado en dos significativos acontecimientos históricos en la vida de la Iglesia universal y continental: el Concilio Vaticano II (1965) y la II Conferencia General de Medellín (1968); suficientes inspiraciones para indicar la ruta a seguir, que estaría motivada precisamente por la mirada sobre la realidad del pueblo de América Latina, como ya lo había insistido y puesto en marcha la Conferencia de Medellín, por una sólida reflexión teológica a la luz de la Palabra de Dios animada evidentemente por el Concilio Vaticano II y con un claro empeño en el anuncio del Evangelio en las realidades culturales y antropológicas propias del pueblo latinoamericano.
Más adelante, en 1978, como una realidad en camino, en marcha, el instituto formula un nuevo nombre que indicaría su interés en adecuarse a las posibilidades de mejoramiento y sucesivas comprensiones a que diera lugar, como es normal de toda obra que se construye constantemente, que está en movimiento, deja de llamarse IPLA (Instituto Pastoral Latinoamericano) y asume un nuevo nombre que fortalece su identidad: ITEPAL (Instituto Teológico Pastoral para América Latina) que, como indica Mons. Guillermo Melguizo, no es un pleonasmo “sino una feliz conjunción entre la ortodoxia y la ortopraxis”.[10]
Buscando mantenerse en constante evolución y transformación, en el año 1989 el ITEPAL traslada su sede central a Bogotá, desde donde continuará iluminando pastoral y teológicamente a la comunidad de discípulos que, deseando ahondar en la Buena Nueva de Jesucristo, iban llegando a su sede provenientes de diversos países de Latinoamérica. Comenzaba una nueva fase global para recibir estudiantes que animados por esta metodología contextual venían procedentes de otros lugares de América, de África y más adelante participarían de Europa y Asia.[11] Se concibe así otro logro importante de este instituto de formación posicionándose como ejemplo de comunión y participación continental, así lo considera Mons. Melguizo, citando al P. Agenor Brighenti:
El potencial de esta Institución es enorme. Se trata ya del único Instituto de formación de agentes de pastoral mantenido por un Consejo de obispos a escala continental permitiendo fortalecer una acción eclesial a partir de objetivos y criterios comunes. Es una especie de laboratorio de nuevas respuestas pastorales a los desafíos presentados en el continente y lugar de comunión eclesial que contribuye significativamente a la integración latinoamericana.[12]
El ITEPAL no ha dejado de estar a la vanguardia, atento a la producción, desarrollo y evolución de la sociedad y de la Iglesia en su conjunto. Desde su creación ha estado abierto a los cambios, a todos los procesos que ayudan en el mejoramiento de su calidad formativa y sobre todo evangelizadora; como han sido la adecuación de nuevos cursos, temáticas, trabajos de investigación, producción bibliográfica, la REVISTA MEDELLÍN como uno de sus grandes logros y valores, entre otros.
Un paso importante de aggiornamento en la tarea formativa
Otro gran paso en este constante camino de aggiornamento se da al otorgarle por segunda vuelta un nuevo nombre al instituto y con él una misión más amplia, que contribuye al fortalecimiento de la unidad en la diversidad. La XXXIII Asamblea ordinaria del CELAM, celebrada en Montevideo en mayo de 2011 pide la unificación de todos los centros de formación, y es así como el ITEPAL junto con los demás centros propios del CELAM pasan a conformarse en una nueva realidad con un nuevo nombre: CEBITEPAL (Centro Bíblico – Teológico – Pastoral para América Latina y el Caribe), que continúa siendo el Centro de formación del CELAM con una amplia visión; ayuda a profundizar en los rasgos propios de la teología y la metodología latinoamericana, centra sus procesos de formación en la Palabra de Dios, pone en práctica la exégesis vinculada a la hermenéutica, propicia el diálogo entre teología y pastoral a la luz del Magisterio latinoamericano, se identifica con la teología del Reino de Dios y del Pueblo de Dios a partir de la opción por una Iglesia pobre y para los pobres, fortalece la espiritualidad y pedagogía propias del discipulado misionero y de la comunión misioneral, se compromete con la dimensión social del Evangelio que interpela y transforma la realidad.[13]
Este camino que ha recorrido la Iglesia en América Latina ha sido de estímulo y ejemplo para todas las comunidades eclesiales del continente; como ya se ha mencionado, estamos frente a un significativo proceso eclesial en “contexto” que viene estimulado por las regiones del sur. En efecto, Asia, África y América Latina han avanzado significativamente en este camino formativo, sobre todo en el que se recoge y se aprecia la identidad propia de los pueblos, sus culturas, sus diversas maneras de pensar y de producir conocimiento, como ha indicado el P. Paul Steffen:
Fifty years later, the pastoral institutes have developed a new role, in the local churches they are serving, in building up a participatory church of the people of God in the process of being evangelized, and becoming, as a Christian community, a witness of the Good News to all members of human society. In this context, they are called to contribute to the Church’s mission of new evangelization.[14]
Este Nuevo rol de los institutos pastorales tendrá la tarea de poner a la Iglesia en estado de “salida”, de no acomodarse a las estructuras cerradas que impiden el aire fresco del Espíritu Santo, sino abrir nuevos espacios, proponer caminos que tengan en cuenta la vida de los pueblos. En este sentido, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, reconociendo el avance teológico de América Latina, también indica:
Se ha operado, en primer lugar, un fecundo redescubrimiento de la caridad como centro de la vida cristiana. Esto ha llevado a ver la fe, más bíblicamente, como un acto de confianza, de salida de uno mismo, como un compromiso con Dios y con el prójimo, como una relación con los demás. Es en ese sentido que San Pablo nos dirá que la fe opera por la caridad: el amor es el sustento y la plenitud de la fe, de la entrega al otro e, inseparablemente, a los otros. Ese es el fundamento de la praxis del cristiano, de su presencia activa en la historia. Para la Biblia la fe es la respuesta total del hombre a Dios que salva por amor. En esta perspectiva, la inteligencia de la fe aparece como la inteligencia no de la simple afirmación –y casi recitación– de verdades, sino de un compromiso, de una actitud global, de una postura ante la vida.[15]
En efecto, los nuevos procesos formativos, como lo ha mencionado Mons. Melguizo, están invitados a proyectarse en “contexto”, a conjugar la ortodoxia y la ortopraxis;[16] esto es, de acuerdo a la anterior citación de Gustavo Gutiérrez, una inteligencia de la fe que se presenta no sólo “desde la recitación de verdades” sino desde la lectura atenta de la experiencia de Dios encarnado en la historia.
En consecuencia, la obra del Señor Resucitado no se detiene en la experiencia de un «esplendor celeste ultramundano en la eternidad, sino en la luz de una aurora que anticipa su futuro escatológico para el mundo”[17]; es decir, la experiencia de pascua no se confunde con observar a Jesucristo como un ser “extraño”, fuera del mundo; al contrario, de acuerdo a la reflexión propuesta por Jürgen Moltmann, Él es el que “viene”.
Los discípulos no observan al Maestro Resucitado como el que vive en la eternidad donde no existe el tiempo sino como “aquel que vendrá a Reinar”, Él es el que “vive”, Él está en movimiento, Jesucristo Resucitado camina con los discípulos en dirección a la meta. Como indica Karl Barth, citado por Jürgen Moltmann: «Él se encuentra aquí evidentemente en movimiento; es decir, en el camino divino-humano […] como aquel que revela su obra Él mismo aún no ha alcanzado su meta, pero se mueve en dirección a ella: desde el inicio, en la revelación de su vida, Jesucristo se mueve en dirección a la meta aún no cumplida que es la manifestación de su vida a todos los hombres y a toda la creación y la compenetración de su existencia con la de ellos, abriendo espacio a una nueva creación sobre una nueva tierra y bajo un nuevo cielo».[18] En este contexto, el futuro de Jesucristo es la revelación y manifestación pública de aquel que ha venido.[19]
Así, pues, la revelación no puede referirse a un proceso que ya ha concluido en sí, sino como un camino abierto que indica y conduce hacia delante, que está en marcha. Y, en este sentido, los discípulos del Resucitado continúan la obra de la promesa, ellos son testigos de la promesa, de la revelación de Dios, sin ser dueños o poseedores absolutos de la revelación sí tienen la tarea de dar testimonio de la obra de Dios sobre los hombres.
Esta senda de profundización teológica también ha iniciado desde hace 50 años atrás por la Iglesia que camina en América Latina, y se propone ciertamente, ahora, para la Iglesia universal. De hecho, el Papa Francisco, venido de los pueblos latinoamericanos, lleno de esta experiencia de estudio y de vida eclesial, entiende que poner en marcha los procesos de formación “contextualizados” no nos aleja de la revelación; al contrario, nos acerca mucho más al “proyecto Jesucristo”. Por eso el mismo pontífice, en su primera exhortación apostólica, ha invitado a “avanzar en una saludable descentralización”[20] y, al mismo tiempo, ha invitado a soñar con nuevas opciones, con nuevos caminos de transformación, acordes a las necesidades del mundo actual. En definitiva, junto al Papa, Obispo de Roma y signo de unidad eclesial, las comunidades cristianas de todos los continentes están siendo motivadas a procurar nuevos dinamismos misioneros que tengan como marca original una actitud de “salida”.[21]
A manera de Conclusión: América Latina, un pueblo lleno de esperanza
La esperanza es el mayor signo del compromiso cristiano. América Latina, como ya se ha indicado inicialmente, es un pueblo que tiene arraigada esta virtud en todas sus culturas. Nunca se rinde, nunca pierde la alegría ni la fuerza. La gente latinoamericana, como el patriarca Abrahán, sabe “esperar contra toda esperanza” (cf. Rom 4, 18). Y, mucho más, los cristianos leen la vida desde la perspectiva del Evangelio y proyectan el futuro con la certeza que Jesús, en medio de las vicisitudes del camino, es el siempre presente. A este respecto, El Papa Francisco, en su primera encíclica, al hablar de la esperanza indica:
[…] la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que «fragmentan» el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.[22]
En definitiva, Ha sido un sendero de más de 50 años que aún está en sus inicios; los procesos de formación, la vida de las parroquias, el sendero de las pequeñas comunidades cristianas, la lectura en contexto de la teología, la renovación de la catequesis, la profundización en la Palabra de Dios que alimenta la vida cristiana, la reforma litúrgica, la puesta en marcha de la eco-espiritualidad, etc., toda la obra evangelizadora de la Iglesia latinoamericana está en camino, se está trabajando y se está avanzando.
Dos mil años caminando, siguiendo las huellas del Maestro, intentado ser “sal de la tierra y luz del mundo” (cf. Mt 5, 13-16), es el trayecto que durante veinte siglos han recorrido las comunidades cristianas compartiendo las realidades y acontecimientos de los hombres y mujeres de cada tiempo, sus alegrías y esperanzas, tristezas y angustias, nada ha sido ajeno para los cristianos.[23] Esta historia, fundada en el “acontecimiento Jesucristo”[24], en el hecho promisorio de la Resurrección de Cristo Crucificado, es una historia de esperanza, es un camino humano y divino que manifiesta la intervención de Dios en el espacio humano: «Καὶ ὁ λόγος σὰρξ ἐγένετο, καὶ ἐσκήνωσεν ἐν ἡμῖν…» (Jn 1, 14a), la Palabra de Dios se ha hecho carne y ha venido a habitar en medio de nosotros.
Por eso, no perdamos la esperanza. Hay grandes sueños para América Latina y para la Iglesia universal. Hay una grande tarea por delante: la encarnación. El Papa Francisco continúa animándonos así:
Todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar del mundo, de manera que la Esposa de Cristo adquiera multiformes rostros que manifiesten mejor la inagotable riqueza de la gracia. La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse.[25]
América Latina, una Iglesia en marcha, es una Iglesia que continúa encarnando el Evangelio, continúa soñando por hacer realidad el derecho de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad promovida, es una familia que insiste en la búsqueda y preservación de la identidad cultural, es el “pueblo de Dios” que custodia la creación y busca dar testimonio de unidad en la diversidad, promueve la formación de las pequeñas comunidades cristinas, profundiza la fe y llama a todos para que juntos construyan la paz tan anhelada. América Latina es casa de esperanza.[26]
[1] Cf. CELADE (Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía). División de Población de la CEPAL. Revisión 2019 y Naciones Unidas, Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, División de Población (2019). World Population Prospects 2019. Recuperado de: https://www.cepal.org/es/temas/-proyecciones-demograficas/estimaciones-proyecciones-poblacion-total-urbana-rural-economicamente-activa (04-07-20).
[2] Cf. Antonio Maria Manrique. Guanahani: investigaciones histórico-geográficas sobre el derrotero de Cristóbal Colón por las Bahamas y costa de Cuba que comprenden la situación exacta de la primera tierra descubierta del Nuevo Mundo. Arrecife: Galindo y Cª. 1890. Recuperado de: http://www.cervantesvirtual.com/obra/guanahani-investigaciones-historicogeograficas-sobre-el-derrotero-de-cristobal-colon-por-las-bahamas-y-costa-de-cuba-que-comprenden-la-situacion-exacta-de-la-primera-tierra-descubierta-del-nuevo-mundo–0/ (06-07-20)
[3] Francisco. Discurso durante su visita a Colombia, en su encuentro con el Señor presidente de la República, miembros del gobierno y el cuerpo diplomático, las autoridades y algunos representantes de la sociedad civil. 7 de septiembre de 2017. Bogotá; AAS 109 (2017), pp. 1030-1031.
[4] Pio XII. Carta Apostólica Ad Ecclesiam Christi. 29 de junio de 1955; AAS 47 (1955), p. 541.
[5] Cf. CELAM. “Río de Janeiro”. Las cinco conferencias generales del Episcopado latinoamericano: Rio de Janeiro, Medellín, Santo Domingo y Aparecida. Titulo XI. Bogotá: Celam. 2014, p. 54.
[6] Cf. Concilio Vaticano II. Constitución Pastoral Gaudium et Spes. 7 de diciembre de 1965, n. 1; AAS 58 (1966), p.
[7] Cf. CELAM. “Medellín”. Las cinco conferencias generales del Episcopado latinoamericano: Rio de Janeiro, Medellín, Santo Domingo y Aparecida. Bogotá: Celam. 2014, pp. 59-209.
[8] Cf. Guillermo Melguizo Yepes. Las Bodas de Rubí del ITEPAL. Los primeros cuarenta años del Instituto Teológico Pastoral del CELAM (ITEPAL). En: REVISTA MEDELLÍN. ISSN 0121 – 4977, vol. XL, No. 157. Bogotá: CEBITEPAL. Enero – Marzo (2014), pp. 9-42.
[9] Pio XII. Op. Cit.
[10] Guillermo Melguizo Yepes. Op. Cit., p. 18.
[11] Cf. Ibid., Yepes, pp. 31-36.
[12] Ibíd., p. 20.
[13] Cf. CEBITEPAL. Quienes somos – Nuestro Ser y quehacer. Recuperado de: http://www.celam.org/-cebitepal/nuestro-_ser.php (04-07-20).
[14] Paul Benedikt Steffen. The contribution of pastoral institutes for an inculturated and contextualized ministry. In:
Asia Pacific Mission Studies. ISSN 2704-3339. Volume 2, Number 2, 2020, p. 42.
[15] Gustavo Gutiérrez. Teología de la liberación. Perspectivas. Séptima edición. Salamanca: Sígueme. 1975, p. 27.
[16] Guillermo Melguizo Yepes. Op. Cit., p. 18.
[17] Cf. Jürgen Moltmann. Teologia della speranza. Nona edizione. Brescia: queriniana. 2017, pp. 83-84. [traducido del Alemán por Aldo Comba].
[18] Karl Barth. Kirchliche Dogmatik. IV/3, p. 377. Citado por: Jürgen Moltmann. Op. Cit., p. 84.
[19] Cf. Jürgen Moltmann. Op. Cit., p. 85.
[20] Francisco. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. 24 de noviembre de 2013, n. 16; AAS 105 (2013), p. 1027.
[21] Cf. Ibid., n. 27; AAS 105 (2013), p. 1031.
[22] Id. Carta encíclica Lumen Fidei. 29 de junio de 2013, n. 57; AAS 105 (2013), p. 594-595.
[23] Cf. Concilio Vaticano II. Op. Cit.
[24] Cf. Jürgen Moltmann. Op. Cit., p. 288.
[25] Francisco. Exhortación Apostólica Querida Amazonia. 2 de febrero de 2020, n. 6. Recuperado de: http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20200202_querida-amazonia.html (04-07-20).
[26] Cf. Ibid., n. 7.